Wednesday, November 23, 2005

la fiesta de disfraces

4 deseos: capitulo Uno: Malditos treinta

Andrea apagó la luz, Carolina apareció de la cocina con la torta y dos velas 2 y 9. Todas al unísono y desafinado
- ¡Qué los cumplas feliz, queloscumplasfeliz, quelos cumplasqueloscumplasqueloscumplas feliiiiiiiiiz!
Alguien gritó
¡Pensá los tres deseos!
Kaia lo único que podía pensar era "29 ¡putas! Que cerca de los 30. No importa, es fácil Salud dinero y amor." Y sopló sin convicción.
Vaya. Mas o menos a los 18, cuando sus amigas empezaban a noviar y a dedicarle mucho menos tiempo a la vuelta al perro por el barrio y mucho más a rascar frenéticamente en las plazas, es que ella empezó a contemplar la idea de un joven con quien compartir algunas cotidianidades. Puff, ya son 11 cumpleaños sin festejar con el amor que no llega.
También lo pidió en cada estrella fugaz. Once fines de año sin besos de las doce en punto.
Les pidió a todas las novias que vio pasar con su flamante vestido blanco. 75 viajes en micro sin él. En cada pestaña caída ahí estaba el deseo. 168 fiestas sin su compañía. En cada tercer estornudo. 34 cumpleaños familiares sola. Tuvo la ilusión cada vez que perdió en un juego de azar. 1876 cafés sin compartir. Se tiró en todos los ramos de novia que pudo. 3728 películas sin comentar. Lo pidió en las procesiones a Luján. 6 sobrinos sin tío político.
Pasó la fiesta entre risas, bebidas, saludos, música alta y más bebida. A estas alturas sabía de memoria la regla de no mezclar cosa que olvidó después del decimocuarto brindis con cualquier copa que le ofrecieron. Así se acostó, borracha, y se entregó a los brazos de Morfeo, a falta de otros más interesantes.
En su departamento en San Telmo, barrio porteño si los hay, Ezequiel estaba mirando una película por cable por tercera vez y encima era de las malas, pero no tenia otra cosa que hacer y hacia calor. Se tomó una cervecita mientras tanto y a las tres en punto de la mañana se fue a dormir.
Se despertó a las 10, calentó la pava, se fue a bañar, se puso un short y una remera. Hizo la cama, tomó mate sin hacer ruido mientras preparaba un bolsito donde acomodó la malla, el protector solar y un postre que había preparado la noche anterior y salió de su casa.

Riiiiiiiing. Kaia despegó un ojo y vio sol por la ventana, debería ser temprano. Dejó el teléfono sonar, no podía ser nada importante, los amigos tenían el código de llamar y cortar y volver a llamar si querían ser atendidos y esta vez no volvió a sonar. Cerró el ojo y volvió a roncar hasta que se aburrió de dormir. Qué placer no poner el despertador y dejar que la naturaleza decida la hora.
Cuando se despertó por las dudas levantó los mensajes. Había uno que decía
Piiiiip - Estamos en lo de Roy comiendo un asado, cuando escuches llamá-
"Cierto, el asado" que manera de olvidarse. Se levantó y se preparó un café "ya es tarde para ir" se autojustificó. Sonó el teléfono otra vez y atendió
Loca, dale que recién vamos por el truco y la seguimos hasta la noche.
¿Cómo decir que no? "Un rato" se dijo mientras terminaba el café. Tomó el tren a Banfield (qué lejos ¡joder!) Y ahí estaban de gran risa en el parque de la casa todos los de siempre y alguno más.
Gastañaga ¡Qué cara! ¡Que los cumplas feliz que los cumplas feliz!
Le ofrecieron una tira de asado, esta vez con una sola vela y de las que se usan para los cortes de luz. Por lo menos no le recordaba la edad. Nuevamente los deseos (¡otra vez!). Todos brindaron, uno por uno.
- Feliz cumple pendeja
- Gracias papito
- Feliz cumple Gaztañoza
- Gracias Pérez
- Japi verdi tuyu
Siguieron las reglamentarias tiradas de oreja complementadas con un bautismo poco ortodoxo cuando la agarraron entre cuatro y la tiraron a la pileta sin previo aviso.
Con resaca, empapada vestida, la remera trasluciendo su corpiño push up (lo que natura non da, el relleno lo resuelve), la pintura corrida y con los pelos pegados en la cara salió de la pileta a puro improperio y lareputaquelosparioaustedesyalastresgeneracionesdeyeguasqueloshanparido! Una excelente forma de estrenar años.
Kaia se producía siempre con esa modernidad de ciudad porteña por pura costumbre, no se creía capaz de causar buenas impresiones a simple vista con su metro 50.
A la única persona que se esforzaba por impresionar era a su sobrina: Micaela la idolatraba. La tía tenia el teléfono línea directa con Papá Noel (una vez hablo directamente con él), tenia el móvil del ratón Pérez y les dejaba a los reyes magos tia Maria con chocolate, es más, ¡tenia una foto con las chicas superpoderosas y era amiga intima de Floricienta!
Lo cierto era que le fastidiaba que sus contemporáneos la admirasen. ¿No podían comprender que ser una pintora afamada no conducía a la felicidad? Tampoco las becas, ni las conferencias ni las exposiciones llenan el vacío de la soledad, esa que carcome en especial de noche. ¿Es que los mortales no entienden la diferencia entre la admiración y el deseo? Son dos cosas sumamente distintas y estaba harta de la adulación.
Su última obra, un cartel con luces de neón que decía LOOSER, fue tan festejado por todos que de tanto prenderlo y jugar con el cable, mágicamente el domingo se apagó.
17 margaritas deshojadas. 45 asados exclusivamente con amigos, 12 chapitas de cerveza en el collar, 73 fiestas de cumpleaños sin alguno de la mano. 7 tréboles de cuatro hojas, 17 peñas sin brindar con tinto.
A fuerza de leer a Grandes pensadoras como Maitena, Cristina Wargon, Isabel Amado y otras, Kaia llegó a la conclusión que existen dos tipo de hombres, a saber: los que te hacen reír y los que no se especializan en divertirte pero que te generan un impulso irrefrenable de hacer un rondeau flyfla y caer directamente al cuello del tipo.
Los ocurrentes te ofrecen un mundo nuevo de andar en carting, de inventar canciones y payar con la guitarra. Los otros, en cambio, logran con un guiño o un gesto cualquiera hacer sentir a la distancia el calor de la piel, el olor y la geografía de cada uno de los poros. Con estos últimos especímenes no importaba en lo mas mínimo aburrirse después, no tener temas de conversación o no entenderse.