Friday, February 17, 2006

nuestro enviado especial Cousin en Santiago del estero

el monte me recibe firme, ahi con sus sonidos irremplazables, sus quebrachos, algarrobos y su gente, los campesinos, los gauchos, los guachos, esos sin padre ni madre que la conquista creo con las indigenas, los que no podian ser reconocidos como hijo ni por unos ni por otros, los guachos/gauchos de nuestra patria que reemplazaron al indio, que hoy resisten en el monte santiagueño a los sojeros, que les quieren sacar las tierras donde viven hace muchos años, donde vivieron sus abuelos, sin titulos, sin plata, sin estado, ese estado que hoy no hace nada y favorece al progreso, a los sojeros, pero esta el mocase, estan sus doce zonales, sus 5000 familias, que cuidan al monte, que viven del monte, que resisiten la violencia policial, empresarial, parapolicial, mediatica...
y yo estuve con ellos una semana y me agrandaron el corazon, como hace 2 años los sin tierra de brasil...
ahora vuelto a bs. as. tengo mucho para hacer, para ayudar al mocase a conseguir lo que es de ellos, la TIERRA
me ayudan??


her

el critico de cine Jc: este chico no para de sorprender

estrenos
Texturas
Una mirada personal sobre "Secreto en la montaña"
No soy un crítico. Esta es la primera vez que escribo algo para la revista. Mi labor en relación con El Amante siempre estuvo circunscripta al ámbito en el cual trabajo hace varios años, es decir a la capacitación de los alumnos de la Escuela, en la compleja relación entre el cine y la pintura. Mi formación proviene del diseño gráfico y el arte, no de la cinematografía o de las letras, como muchos de quienes trabajan acá. Mi cinefilia es proporcionalmente menor a cualquiera de los que escriben en El Amante. Obviamente, mi respeto y admiración por quienes producen crítica en la revista es enorme. Por un lado porque hacen algo para lo que no me siento del todo capacitado, sin inútil modestia. Por otro, siempre disfruté, primero como lector y luego desde mi rinconcito docente, del clima de libertad con el que se aborda la crítica en El Amante. Por eso hago uso y abuso de ese clima para poder reflexionar sobre un caso concreto en donde me pregunto hasta qué punto es válido hacer crítica. Hace catorce años se estrenó una película que cambió mi percepción del cine y del arte en general. Se llama Noches salvajes, de Cyril Collard. Ya se que en general, este tipo de epifanías debería producirse ante una película seminal de Ozu o de John Ford o de Godard. Pero a mi me pasó con esa. La película no es ninguna obra maestra. De hecho considero que es de esas películas que cuando uno sale del cine, desperezándose, dice “está bien”. La peli trata de un tipo, actuado por el propio Collard, que juega a dos puntas entre el amor de Romane Bohringer y un jugador de rugby. El problema es que el tipo es HIV+ y los personajes fluctúan entre el amor y la pasión y el odio y el miedo que esto produce. Hasta ahí, todo bien: una película con “sano” mensaje pollitically incorrect. Lo que me “pegó mal”, es que cuando la estrenaron en Buenos Aires, el director / protagonista, había muerto de complicaciones relacionadas con la enfermedad. Al salir del cine (me acuerdo que fui solo) me quedé pensando un largo rato sobre el tema concreto de la influencia de lo “paratextual” en mi percepción de la obra. ¿Por qué me “pegó mal”? ¿Fue el tema de la obra en si, mi propia postura en relación con el SIDA, mis temores personales sobre la manera en que mis propias relaciones se desarrollan? Quedé muy enojado con el finado, por haber producido una obra en la que puso de manera descarada, sin diplomacia posible, lo que le estaba pasando a él y en cierto sentido lo transformaba en lucro. Pero sobre todo, lo que me intrigó era si se puede ser objetivo en la percepción de una obra de arte, sabiendo que tiene una “duración”, una historia, una vida que nos precede a nosotros, espectadores. ¿Hubiese sido igual mi percepción de la obra sin tener presente en cada cuadro, que quien estaba viviendo eso adelante mío no vivía más? Todo este preludio viene al caso en relación con otra película que se acaba de estrenar, que es Brokeback Mountain, de Ang Lee. Hace unos días recibí, como viene sucediendo semanalmente hace varios años, el mail con las críticas de los estrenos de la semana que la revista envía a sus lectores suscriptos. En ella, Gustavo Noriega (aclaro que es uno de mis ídolos personales, admirado profesional y compañero docente) plantea que “la película es fría y morosa, al borde del aburrimiento” y le otorga en la puntuación, un seis. Inmediatamente procedí a verla. Pero mientras la veía, se me produjo una paradoja. Desde un punto de vista objetivo, concuerdo que la película es muy académica, exageradamente correcta, “fina y sobria”. En una escena en la casa que comparten Ennis y su esposa se ve uno de esos cuadritos “über Kitsch” de terciopelo pintado, con un paisaje montañoso y que cuando lo vemos nos preguntamos si no hubiese sido mejor dejar la pared sin nada. El gran mérito que logra Ang Lee (y el fotógrafo Rodrigo Prieto) es reproducir esa textura aterciopelada, ese sutil “mal buen gusto”, especialmente en el uso del gran angular con mínimo grano que también recuerdan a los paisajes de Ansel Adams. Por otro lado, la película habla de un tema sensible para mí en este momento. Hace unos días murió Ariel, mi pareja. “Ahogado en su propia sangre”. ¿Desde dónde puedo aceptar que BBM es una película “fría y morosa”? ¿Cuál es la visión válida? ¿La del “academicismo” o la que hizo que tuviera que esperar cinco minutos una vez terminada para tener fuerzas y poder pararme y salir temblando de la sala? Posiblemente su frialdad y morosidad, o mejor dicho, la capacidad de poder detectarlas, hayan sido parte de que tuviese que esperar. Parte. Una vez, con Marcela Gamberini, nos quedamos varias horas frente a una de las mejores pizzas del mundo, charlando sobre Sarabande de Ingmar Bergman. El motivo de la discusión era el sentido de enfrentarse a una obra de arte que, lisa y llanamente, produce angustia. Los románticos y los expresionistas lo plantean desde un lado pedagógico. También están quienes defienden un arte catártico. Yo personalmente, no. Para descargarse siempre están el box, el psicoanálisis o los padres, no el arte. Eso es bastardearlo. Nunca nadie sabrá que hubiera pasado si yo no conociese, al ver Noches salvajes, que Collard se murió tres días antes de ganar el Cesar a mejor película. Nunca nadie sabrá como hubiese visto yo BBM sin haber pasado por Ariel. Pero tampoco por El Amante, Gustavo Noriega, Ang Lee, Rodrigo Prieto, Ansel Adams o Marcela Gamberini. Lo único que me queda es la sospecha y el agradecimiento de que soy un poco mejor persona por haber pasado por todo eso. Y la certeza del dolor de los últimos cinco minutos.